lunes, 25 de julio de 2011

El “otro” Agustín Lara

por Fernanda de la Torre el dom 17 jul 2011 06:58:56 CDT.

“Si alguien piensa que estás loco porque vas caminando sonriendo, no importa, seguro estás mejor que él”.

Hace algunos años escribí una columna titulada: La otra María Félix, (http://impreso.milenio.com/node/8150269) la historia de María Félix Rubio Ramos, una mujer que, al igual que muchos, dejó nuestro país para buscar un mejor futuro en los Estados Unidos. Al contar su historia, nunca pensé que años después conocería el absurdo de la burocracia y los vacíos legales en la historia del “otro” Agustín Lara.

Agustín Lara es su verdadero nombre y su profesión es músico. Sin embargo, su historia me recuerda más al personaje de Tom Hanks en la película La Terminal que al célebre compositor mexicano. “Esta historia cuenta lo que es nacer en el lugar equivocado en el momento equivocado y que es lo que me ha llevado a ser un músico callejero”. Me dice Agustín cuando me cuenta su historia. Nació en Mónaco. Cuando cumplió 12 años, sus padres se separaron y él se fue a Buenos Aires con su padre de nacionalidad argentina, así pierde todo contacto con su madre. Al poco tiempo, su padre falleció. “Entonces, con 15 años, me encuentro en Argentina sólo, con mi pasaporte que tengo que renovar. No contaba con un tutor legal porque mi madre estaba viva pero desaparecida sin contacto. Al no tener forma de acceder a un tutor legal que pudiera renovar mi documento por ser menor de edad, quedo varado en Argentina sin pasaporte, sin nacionalidad, sin documentos, sin poder salir del país y sin poder trabajar”.

El absurdo legal en el que se encontraba lo obligó a tomar medidas drásticas. Decidió aprovechar la herencia musical de su padre —el músico Rubén Lara— y salir adelante cantando en la calle. “Uno tiene que saber aprovechar el día y cantar por las monedas lo mejor posible. Hay que cantar para que la gente que pasa por la calle pueda oírte, frenarse y que te den esa moneda que te permita comer y pasar la noche. Si acaso sobra algo, hay que guardarlo, porque si al día siguiente llueve, se llena el día de preguntas sin respuesta”.

Las autoridades argentinas le comunicaron a Agustín que debía cumplir 21 años (la mayoría de edad en ese país) para emanciparse. Tenía mucho tiempo por delante. Dado que no podía salir del país, Agustín recorrió Argentina de arriba abajo como músico callejero. Poco antes de la importante fecha, Agustín conoció por casualidad a un funcionario de la ONU que lo ayudó a solicitar su nacionalidad amparándose bajo las leyes de otorgamiento de nacionalidad a refugiados de guerra en caso de no tenerla. Todavía tuvieron que pasar cinco años más para que Agustín pudiese elegir una nacionalidad. Cuando finalmente pudo, eligió la nacionalidad argentina, en honor a su padre. Pese a todo, Agustín no se considera una víctima de la burocracia. “Creo que hay quienes viven toda su vida atrapados en la burocracia y no se dan cuenta. A mí me ha tocado vivir once bruscos años en los cuales me di cuenta que la libertad en este lugar rige a través de una firma y un papel. Decidí optar por mi libertad que era cantar en las calles”.

Ahora que ya pasó la pesadilla, Agustín ve esos días de apátrida con orgullo, considera que la vida lo puso en una situación en la que tuvo que jugar un juego, y lo jugó con mucho entusiasmo. Más que vivir en la calle, cree que son muchos momentos que lo han marcado. Uno de ellos fue la muerte de su padre y las cosas que quedaron por hablar con él. También lo han marcado las aceras de los lugares en los que ha tocado, con quienes ha compartido historias y soledades. “Componer canciones, cantar, compartirlo con los demás es vivir un sueño. Más allá de lo que uno pueda decir del éxito, para mí es un camino no un destino y yo vivo mi sueño al nivel que pueda ser. Si es en un escenario o en un estadio lo haré con la misma alegría que lo hago todos los días”.

Agustín dice que no cambiaría nada de lo que ha decidido hacer, aunque quizá la manera de obrar sería otra. Considera que la calle es una buena escuela, pero difícil. Tal vez de ahí aprendió el optimismo y que la vida te devuelve las cosas como las vives. “Si tú sonríes, es muy probable que recibas de vuelta una sonrisa. Si alguien piensa que estás loco porque vas caminando sonriendo, no importa, seguro estás mejor que él”.