martes, 10 de octubre de 2017

Teotihuacán antes de ser descubierta


Así lucía Teotihuacán antes de ser descubierta

  in CULTURA/INTERESANTE

En 1900 no había pirámides en San Juan Teotihuacán. Los cuatro kilómetros de la Avenida de los Muertos y las pirámides del Sol y la Luna no existían. En su lugar existían unas extrañas montañas de suaves laderas, que hacían suponer la presencia de construcciones humanas bajo ellas.
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PANORÁMICA DE TENOCHTITLÁN PREVIO A LAS EXCAVACIONES DE LIMPIEZA DE LOS EDIFICIOS
Se narra que cuando Hernán Cortés pasó a su lado, caminó por la antigua Tenochtitlán y apenas le prestó atención, y lo mismo sucedió a los modernos mexicanos hasta principios del siglo XX.
Fue Leopoldo Batres, un miliciano del general Porfirio Díaz, presidente de México hasta 1911, quien se ocuparía de devolver a aquel lugar su antiguo esplendor. Batres convenció al general para que le entregase una cuantiosa suma de dinero (más de medio millón de pesos de la época) y armara todo un ejército de zapadores que desbrozaran esas colinas. Por 25 céntimos al día por cada operario, don Leopoldo pensaba ganarse la gloria eterna.
Leopoldo Batres, el hombre de negro, descubrió la ciudad.
LEOPOLDO BATRES, EL HOMBRE DE NEGRO AL CENTRO DE LA IMAGEN, DESCUBRIÓ LA CIUDAD.
Aquel señorito de bigote engominado y mirada astuta jugaba, además, con un buen As en la manga: si, como creía, descubría una pirámide bajo la mayor de las colinas del lugar, Porfirio Díaz tendría un icono fabuloso con el que celebrar en 1910 su 80 cumpleaños, presentarse reforzado a las nuevas elecciones y conmemorar el centenario de la independencia de México.
El bravo general estaba, pues, a sus pies. La historia de aquella peculiar misión arqueológica me llevó a Teotihuacán en noviembre de 2004. Aunque Batres era recordado como un torpe excavador que redujo en casi siete metros el perímetro de la hoy impresionante Pirámide del Sol, se le reconoce aún el mérito de haber adecentado un recinto que atrae a más de un millón de visitantes al año, narra Javier Sierra, en su libro “La Ruta Prohibida”.
«Aquí le profesamos una relación de amor-odio», me explicó una de las inspectoras del lugar, que prefirió guardar su anonimato al hablar de Batres, cuenta Sierra.
«Él fundó el primer museo de Teotihuacán, que estuvo abierto hasta 1964, pero también aprovechó sus privilegios con don Porfirio para saquear y vender muchas de las antigüedades que sacó de estas zanjas. ¡Sólo Dios sabe lo que se llevó de acá!»
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COSTADOS ORIENTE Y NORTE DE LA PIRÁMIDE DEL SOL, ANTES DE LAS EXPLORACIONES.
Cuenta Sierra que lo que motivó a don Leopoldo para excavar entre los túmulos de Teotihuacán fue un informe de 1864, redactado por el ingeniero Ramón Almaraz, en el que concluía que todos aquellos túmulos contenían tesoros y polvo de oro en grandes cantidades.
Detalla Sierra que Batres se asoció con Antonio García Cubas, veterano explorador del lugar que desde 1890 excavaba en la cara sur del túmulo de la Pirámide de la Luna, convencido de que encontraría pasadizos y cámaras en los mismos lugares que los hallados en la Gran Pirámide de Egipto.
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Se desconoce cuál fue el pueblo que fundó Teotihuacán y lo concibió como un gran sitio urbano y ceremonial, en un extenso valle del centro de México hacia el siglo I d.C., pero en su momento de mayor auge, entre los siglos III y VI d.C., Teotihuacán albergó más de 100 mil habitantes, algunos de ellos provenientes de diversas ciudades y poblados de la geografía mesoamericana -incluyendo sitios lejanos de la región del Golfo de México, como Tajín, o de las zonas zapotecas y mayas del sur y sureste del actual territorio mexicano. La ciudad llegó a alcanzar los 22 km2.
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Tampoco se conoce el nombre originario de este lugar, pero la denominación Teotihuacán proviene de un vocablo náhuatl que significa “”lugar de los que tienen dioses”” y fue puesto por los mexicas -tal vez relacionándola con la mítica ciudad fundacional de Tollan-, varios siglos después de que la gran metrópoli fue deshabitada, en una época posterior al siglo VII d.C.
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Teotihuacán encierra un universo religioso y cívico, del que da cuenta su simbología monumental y ritual, registrada en la arquitectura, la escultura, la cerámica y la pintura mural, prácticas que alcanzaron un extraordinario desarrollo y que hoy día nos permiten conocer los cambios técnicos y estilísticos que experimentó la sociedad teotihuacana a lo largo de cientos de años.
El diseño arquitectónico de la ciudad es notable, ya que las construcciones están ordenadas de modo que ofrecen puntos de observación astronómica, haciendo de la ciudad un gigantesco observatorio relacionado con un calendario sagrado que regía de manera unitaria la vida religiosa y los ciclos agrícolas.
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La integración de los elementos constructivos con el paisaje, dominado por la topografía de la Sierra de Patlachique, son testimonio de una visión que aglutina la arquitectura y la cosmovisión, formando en conjunto una compleja geografía en la que prevalece una concepción espiritual del mundo.
La urbe tenía como eje la Calzada de los Muertos, en torno a la que se localizan las pirámides del Sol y la Luna,  la Ciudadela y diversos templos, en los que sistemáticamente aparecen referencias materiales del culto a Quetzalcóatl, “”la serpiente emplumada””, deidad clave en la visión religiosa de los teotihuacanos, quizás proveniente del dios del maíz de la civilización olmeca.
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Alexander von Humbldt en 1803, a su paso por la Nueva España, visitó Teotihuacán, encontrando la vieja ciudad fundacional como un amasijo de piedras casi indescifrable, algo a lo que más tarde la acción humana daría inteligibilidad con Batres como se narra al inicio.
Teotihuacán ha arrojado incesantemente revelaciones sobre el pasado antiguo de México.
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